A todo gas contra el abuso infantil
De Oskar Ortiz de Guinea / Diario Vasco
Coordinadora Solidaria mantiene una colaboración con la Asociación Bikers Against Child Abuse (B.A.C.A.), moteros que luchan contra el acoso a menores. Como ha dicho el responsable de la comisión, Ramón Alonso, “contribuimos a dar visibilidad de su labor entre nuestro colectivo, así como de la implicación social de Coordinadora en este cometido».
En pasados días un diario se hizo eco del trabajo que realiza esta asociación y que invitamos a leer, como parte de ese compromiso de ayudar a que sean más conocidos.
Llegados desde París, Dublín o Barcelona, los moteros de la asociación BACA protegen a menores víctimas de agresión sexual, a quienes arropan en su día a día y en cada juicio, como en un caso ahora en Gipuzkoa
Fue la noche del 17 al 18 de julio de 2019 cuando Mertxe, vecina de Urola Kosta, se quedó «muerta». Muerta de «dolor, de rabia», «y sin saber qué hacer». Era un miércoles –un día grabado para siempre en el recuerdo de esta mujer–, y su hija mayor, que era menor de edad, llegó a casa poco después de la medianoche, lo que la enervó. Pero aquella juerga de adolescente acabó siendo lo de menos. En mitad de la regañina, la chavala «soltó» la bomba que «había guardado durante casi diez años», recuerda la madre. Una década en la que había callado los abusos sexuales por parte de un amigo de la familia cuando tenía 6-7 años.
Una década en la que la madre «no entendía algunos comportamientos» como cuando «no quería salir de su habitación». En medio del shock, mientras la adolescente se pasó cinco horas yendo y viniendo al baño para vomitar su angustia, la hermana pequeña trataba de intervenir ante una madre «petrificada»: «Es que ama…, es que ama». Cuando Mertxe la escuchó, su hija la remató: «Es que ama… A mí me está haciendo lo mismo. Desde que tenía 7 años». «Muerta». Mertxe no sabía si tirarse «por la ventana o qué hacer. ¿Qué haces ante algo así? ¿A quién acudes?». A la mañana siguiente fue con su hija a un hospital, y luego al Ayuntamiento. «Hablé con los servicios sociales, municipales, Ertzaintza…».
Un día después reunió en su casa a un gran amigo de la mayor. «Este chico es muy aficionado a las motos, y me dijo que conocía una asociación en Madrid experta en este tipo de casos. Según salió de casa, cogió la moto y fue derecho a Madrid. Por la noche me llamó, y me dijo que ya estaba todo en marcha. Que en una semana o dos nos contactarían». Mertxe (nombre ficticio) no imaginaba que su horizonte, y sobre todo el de sus hijas, iba a cambiar tanto cuando los motoristas de BACA (Bikers Against Child Abuse, motociclistas contra el abuso infantil) se colaron en sus vidas.
Se trata de una asociación presente en 18 países (EE UU, Canadá, Alemania, Austria, Bélgica, Dinamarca, España, Francia, Grecia, Islandia, Italia, Países Bajos, Portugal, Reino Unido, Suecia, Suiza, Australia y Nueva Zelanda) cuyo objetivo es crear un entorno más se guro para las niñas y niños.
A finales de julio, una pequeña representación de la delegación –ellos lo llaman ‘chapter’, capítulo– se plantó en Gipuzkoa para conocer a las chavalas y su familia. «Para que nosotros aceptemos un caso –afirma Elun, presidente del ‘chapter’, ahora en Barcelona– debemos comprobar que se cumplen tres requisitos: que haya denuncia en un juzgado, policía, servicio social…; que el abusador no viva en el domicilio familiar, y que el niño viva en el miedo.
Elun Presidente de BACA en Barcelona «Nunca preguntamos en qué abusos han sufrido. Vamos donde el menor para cargarle de energía»
Cuando más eficaces somos es cuando el niño ha tomado conciencia del abuso y tiene miedo de ir al colegio, de estar con adultos… Nuestra labor es empoderar a ese niño». En BACA no hay nombres ni apellidos. Elun es un ‘road name’ (nombre de ruta en el argot motero), igual que las dos chicas guipuzcoanas tienen el suyo: Gaia y Athenea. Tampoco nadie pregunta nada. «Nunca preguntamos en qué han consistido los abusos, y solo nos enteramos si la familia o los niños nos lo han querido explicar», apunta Elun. Para cuando tuvo lugar aquel primer contacto en Gipuzkoa, se fue preparando el segundo. «Ahí ya vienen ‘chapters’ de todo Europa. Nos podemos juntar 70, 80, 150…», añade Elun. «En nuestro caso, si no había 150 o 200, no había ninguno», recuerda Mertxe.
Fue en Madrid, adonde esta mujer se desplazó con sus hijas, «y nos pagaron todos los gastos». Fueron ‘bikers’ «de Francia, Portugal, Suiza, Suecia, Italia, Irlanda, Estados Unidos, Bélgica, Alemania… Habían ido en moto o en avión pagándoselo de su bolsillo para apadrinar a las crías y dejarles claro que no estaban solas y que las iban a proteger». Para recordarles esa protección, regalan una moneda con el anagrama del grupo y un peluche que previa mente va abrazando cada ‘biker’ para «cargarlo de energía. Y si algún día ven que se queda sin energía, organizamos otra cita para recargarlo», dice Elun. «Que nadie piense que somos un grupo violento –añade–, no empleamos ningún tipo de violencia. Cada vez que nos movilizamos, avisamos a la policía y vamos con todos los permisos».
De suspensos, a notazas
Gaia y Athenea volvieron a casa con su ‘road name’, su chaleco del grupo motero y con dos integrantes asignados para que «estén las 24 horas al día, los siete días de la semana, disponibles para el niño». «Es increíble –valora Mertxe–, entre llamadas y mensajes el contacto es casi diario, y una o dos veces al mes nos visitan, puede ser solo para tomar un café y jugar un rato en el parque. Y te vienen de varios países solo para estar con ellas». En algún caso, «vamos –explica Elun– si el niño tiene miedo de ir al dentista. Y cuando le decimos, te vas a poner el chaleco y vas a venir como si fueras uno más de nosotros, la actitud del niño cambia completamente».
En estos cinco años, Mertxe ha observado un cambio «radical» en sus hijas. Gaia, la mayor, era alguien «desconfiada, reacia a los besos, a que te acercaras. Tenía mucho odio, mucha rabia, mucho dolor, y ahora ya te pone la cara para que le beses, se ha sacado su titulación…», aunque requiere la asistencia de una psicóloga a través de Diputación. Y Athenea, de ir siempre «suspendiendo casi todo, este curso ha sido de notables y sobresalientes. A cada examen va con la moneda de BACA».
En su opinión, esta evolución es fruto de estos motoristas que han venido a Gipuzkoa cada vez que las niñas han ido a un juzgado. Llevan ya «seis juicios», bien por los abusos o porque el abusador –que vive en la comarca y no ha entrado en prisión– ha quebrantado alguna orden de alejamiento. A la última vista, hace unos meses en la Audiencia Provincial, fueron «dos moteros de París, otro de Dublín y seis de Barcelona. Vinieron a casa y nos acompañaron al juicio».
Ha sido Mertxe quien ha promovido este reportaje, pero no para hablar de sus hijas, «sino de BACA. Todo lo que pueda hacer yo no será suficiente para agradecer lo que nos han ayudado a mis hijas y a mí. No he contado nunca a nadie nada de todo esto, ha sido un sufrimiento que me lo he comido con mis hijas. Estoy segura de que más familias pueden ver se en una situación similar, y quiero que sepan que existe BACA».
Una formación previa y un grupo en ciernes en el País Vasco
La organización Bike Against Child Abuse (BACA) surgió en 1995 en Utah (Estados Unidos), y poco a poco se extendió por hasta 18 países. El único ‘chapter’ o grupo al sur de los Pirineos está en Barcelona y lo forman unos 15 motoristas. Lo preside Elun –su seudónimo motero–, que ase gura que su única intervención en Euskadi está siendo el caso de estas dos hermanas de Uro la Kosta.
«Queremos crear otro ‘chapter’ en el País Vasco para que todo sea más ágil, porque cada vez que nos movilizamos son casi 8 horas de carretera, y hay que conciliar con familias y trabajo. Hay ya algunas personas interesadas». Acceder a BACA requiere un proceso. «No es entrar y ya está. Para trabajar con niños, se requiere unos requisitos, una formación. Primero, nos entrevistamos varias veces y pedimos los antecedentes penales y sexuales. Si da el perfil, iniciará una formación de 5-6 meses para conocer cómo funcionamos y cómo actuar ante un niño. En la formación no se visita a ningún niño. Esto exige compromiso y tiempo para presentarnos a la policía, abogados, psicólogos… Y merece la pena».
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